Placer en el banco – capítulo 4  

La sensación de Jean Michelle entrando en miy estirándome hasta casi el punto de dolor, era el cielo. La idea de que él me consideraba como cualquiera de las otras mujeres detrás de él, que estarían arrastrándose por un poco de atención, me había herido profundamente. Sin embargo, mientras aquella polla entraba profundamente en mi sexo húmedo y anhelante, la herida desapareció completamente, dándole paso al deseo.

—¿Acaso no me extrañaste, María? —Preguntó Jean Michelle deteniéndose de pronto y tomando mi cara con firmeza—¿acaso no extrañabas mi polla?

—Claro que la extrañaba, aunque es una lástima que tu polla este pegada a ti —Solté mordazmente mirándolo altiva.

En respuesta, Jean Michelle sonrió y comenzó a follarme con fuerza, casi con rabia y el chillido del escritorio aumentaba mucho más mi excitación. nuestros cuerpos comenzaron a cubrirse de un fino brillo de sudor muy pronto, debido al esfuerzo y las sensaciones. Pero mi orgasmo tardaba en llegar y comencé a sentirme desesperada.

—Voy a permitir que te corras alrededor de mi polla—anunció él mirándome con una sonrisa traviesa.

Antes de que pudiera quejarme por lo difícil que estaba resultado, se estiró sobre mí y sacó algo más del cajón del escritorio. Cuando me lo mostró, quise echarme a reír por lo lindo y extraño del objeto. Se trataba de un patito bondage muy curioso.

Sin decir otra palabra, él retomó el ritmo de las penetraciones y pegó el patito a mi entrepierna y las potentes vibraciones me hicieron sobresaltarme.

—Vibra — dije sorprendida.

Él solo sonrió ligeramente y presionó más fuerte el juguete. Gracias a la posición, las vibraciones recaían justamente sobre mi clítoris y me comenzaban a empujar muy lejos, sobre el borde de un abismo que prometía hacerme pedazos al caer.

—Córrete ahora — Exigió Jean Michelle.

Y como si mi cuerpo no pudiera negar nada a su amo, me corrí con una fuerza devastadora, mi orgasmo se alargó tanto que alcancé a pensar que nunca terminarían aquellas espirales de placer.  Y cuando terminó aquella experiencia devastadora, miré perdidamente el techo, notando que mi excitación había sido tan abundante que había resbalado por todo mi trasero hasta mojar la superficie del escritorio.

Como el caballero que Jean Michelle solía ser fuera de la cama, me ayudó a incorporarme suavemente y me soltó, preguntando con sincero interés por mi estado. Me sentía muy bien, más que bien y saciada y eso fue lo que le dije. Más cuando bajé del escritorio mi mente comenzó a jugarme una mala pasada.

Quizás se me había ido la mano con la bromita a Jean Michelle y posiblemente era solo una tía cualquiera que se follaba en la oficina. Y aunque en líneas generalmente aquello hubiera resultado ideal para mí, muy en el fondo quería ser más que la tía que ese hermoso hombre se follaba de vez en cuando.

—Me disculpo por todo el asunto y prometo no volver a causarte problemas —prometí mientras me vestía— y creo que es mejor mantenerlo como quieres, a distancia. Por alguna razón no me gusta la idea de sólo follarte de vez en cuando.

—Una de las cosas que más me gustan de ti, María, es tu sinceridad desvergonzada —comentó Jean Michelle con una enorme sonrisa— Te daré las esposas y el patito, las llevaras a tu casa y comenzarás a guardar todo lo que te dé en un cajón especial. En lo que a mí respecta, acabamos de iniciar una relación y planeo comenzar a entrenarte para mostrarte como darme placer. ¿Eso está bien para ti?

—Si señor…— Susurré totalmente sorprendida mientras terminaba de vestirme.

¿En qué acababa de meterme?

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