Una sacra sorpresa

 

Siempre he tenido un recuerdo muy claro en mi mente: una monja, de ojos verdes y cara impoluta, cuyo hábito apenas si lograba ocultar las formas de su voluptuoso cuerpo.

Recuerdo la gran cruz en medio de su pecho, y como parecía tenerla atrapada ahí. Recuerdo que incluso, aunque apenas era un chico, pensé que aquella mujer era una monja muy extraña. Porque ellas suelen ser mujeres de edad, con las arrugas en el rostro y la bondad en la voz propia de una abuela.

Pero ella, Clara, no era así. Se veía tan joven y sensual como se podría ver una modelo de revista. Aunque había algo más, un aditivo que hacía más atractiva a aquella mujer: saber que había consagrado su vida entera a la castidad.

A veces tenía fantasías con ella, en las cuales nos hacíamos tan íntimos que Clara no podía resistir tal voto y terminaba por romperlo conmigo, robándome además la virginidad, ¿Sería virgen ella también?, pensar en ello me enloquecía, y a veces creía que la amaba más de lo que la deseaba.

Pero nada era como yo me quería imaginar. Aquella era una mujer recta, piadosa y firmemente creyente, lo suficiente como para haber consagrado su vida a la fe. Yo, por otra parte, era un chico que estaba comenzando a explorar su deseo sexual y haberla conocido dejó una huella en mí que nunca he podido borrar.

Algunos años después, había quedado con una chica para asistir juntos a una fiesta de Halloween. Apenas nos habíamos visto un par de veces, y aunque tenía los ojos verdes y el rostro impoluto también, nunca noté el parecido (tengo la mala costumbre de no mirar a los ojos a las personas cuando hablan).

Lo divertido de aquella fiesta iba a ser la sorpresa. Porque se suponía que sorprenderíamos al otro con nuestros disfraces. Yo no quería esforzarme mucho, solo quería pasar un buen rato, así que decidí disfrazarme de la parca, porque es sencillo de ponerse y de quitarse. Al llegar, me di cuenta de que ella había tomado una decisión contraria a la mía.

El hábito grande, casi como de abuela, marcaba sus formas de manera perfecta. La cruz parecía atrapada entre sus pechos y, en medio de aquello, sobresalía la cara impoluta de ojos verdes, y la sonrisa, más que angelical, se veía macabra.

—Supongo que la muerte siempre es silenciosa —me dijo, de forma burlona, luego de un rato. Me había quedado sin palabras y con una tremenda erección en los pantalones.

Respiré hondo, me calmé y traté de actuar normal. Le expliqué que venía de una familia religiosa y que a veces las cuestiones sagradas me ofendían un poco (mentí), sin embargo sabía apreciar un buen disfraz cuando lo veía.

—Supuse que te gustaría —me dijo con una sonrisa, su aliento comenzaba a oler a vino—, pero te gustará más lo que hay debajo.

Me tomó de la mano y me sacó de aquella fiesta. Como era Halloween, en la calle había otras personas con disfraces, así que nadie nos veía como unos bichos raros. Caminamos un par de cuadras y luego entramos en un edificio, donde vivía. Me llevó a su piso y ahí, en plena sala, mi monja, se sacó el hábito.

El verdadero disfraz no era esa sábana negra que llevaba como hábito. No. El verdadero disfraz era la lencería sexy que llevaba debajo, con motivos de cruces y encajes transparentes, permitiéndome observar la línea que se dibujaba partiendo desde su coño, y los dos pezones atravesados por un piercing.

Su boca se acercó a mi cuello y mi piel se erizó.

— ¿Te gusta cómo me veo? —me susurró. Asentí.

—Entonces tómame, ¿acaso la parca no se lleva a las chicas malas como yo?

Se quitó las bragas y yo me arrodillé frente a ella, dispuesto a adorarla.

¿Y el resto?

Bueno, creo, lector, lectora, que ya sabes qué fue lo que sucedió después de que la adorara con mi lengua.

 

El fin.

2 respuesta a “Una sacra sorpresa”

  1. Me han encantado los artículos de vuestra web,
    Me los he leído todos! A ratitos, pero todos.
    Muy buenos.
    Mis más sinceras felicitaciones.
    A seguir!
    Y gracias por compartir tan interesante contenido.
    Saludos

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