Carne tierna

Aquello se suponía que sería solo otro fin de semana más, unos días yendo a la playa, disfrutando que Sara, mi mejor amiga de la infancia, venía a visitarme desde Madrid.

En un principio, solo vendría ella. Luego, de improviso, me dijo que no podía venir sin su pareja José, un hombre alto y un poco ausente. Eso estaba bien, José y yo hemos charlado un par de veces y me parece buena gente. El problema es que, al recibirlos, me di cuenta de que tenía tres huéspedes en vez de dos.

El tercero era Joan, hermano de Sara. Un chico de unos veinte años, con un rostro marcado por la inocencia. Según me comentó Sara, el chico estaba siendo muy aplicado en su carrera y, para que despejara la mente un poco, había decidido unilateralmente que él también merecía un fin de semana en la playa. No discutí, aunque no lo recordaba mucho, aquel chico me parecía muy callado para pensar que pudiera siquiera llegar a notarse su presencia.

Ellos desempacaron, comimos un bocadillo y salimos a la playa. Aunque era tarde, pero mirar el sol ponerse en Santa Cristina podría arrancar una lágrima de cualquier ojo.

Justo en la playa, pude apreciar como José, un hombre más bien callado, jugueteaba en el agua como un niño pequeño, acompañado de Sara, que también parecía disfrutar mucho de la playa. Yo, por mi parte, estaba un poco cansada de nadar en agua salada. Preferí quedarme en la arena cuidando las cosas. Sara y José no llamaban mucho mi atención, pero el chico, Joan, me sorprendía.

La verdad es que me gustan con sus años encima, el gris en las sienes, la cara cubierta por una barba cuidada. Pero aquel chico varios años menor que yo, con la cara tan limpia, me generaba un morbo que no podía explicar. En parte la desnudez de su torso revolvía algo en mí, porque aunque en su rostro denotaba excesiva juventud, en su cuerpo se podía avistar un tallado perfecto, con un cincelado que le habría llevado décadas a un gran escultor. Mucho más que su cuerpo, creo que fueron sus miradas lo que hacía arder mi vientre y me arrancaban, de a momentos, el aire. Esa forma en que miraba mi cuerpo, solo cubierto por el bikini, manifestaba un deseo que antes no había visto en los ojos de un hombre. ¿Acaso aquel crío me está mirando como si quisiera poseerme aquí mismo? Me preguntaba. No tendría que esperar mucho para saberlo.

Volvimos de la playa, charlamos, comimos algunos bocadillos, nos bebimos unos cuantos tragos y, de madrugada, Sara y José se fueron a dormir a la habitación de huéspedes, Joan y yo nos quedamos en la cocina, charlando sobre cualquier cosa. Solo otro día como cualquiera, de no ser por ese crío que, como un imán, me estaba trayendo hacia él. Sin querer — o no—  nos acercamos más y más hasta fundirnos en un beso, un beso profundo que hacia arder un fuego rabioso dentro de mí. Pero aquel chico no solo deseaba consumirme, sino que deseaba ser consumido. Mi fijación oral hizo de las suyas, arrodillándome para engullirlo en toda su extensión, humedeciéndolo y preparándolo para que se sintiera mejor al entrar.

Nadie me ha tomado por las caderas con tal gusto ni me han follado con tal placer como aquella vez. Joan parecía beberse mi cuerpo, consumir una parte de mí, disfrutarme por completo. Tampoco nadie me había llenado como me llenó aquel chico.

Al día siguiente hicimos, durante el día, como si nada hubiera pasado, repitiendo el mismo acto en la noche, justo cuando Sara y José se iban a dormir. Debo decir que disfruté mucho aquella visita de mi amiga, y si bien sigo manteniendo mi gusto por los hombres mayores, no puedo negar que la carne tierna se siente deliciosa, especialmente cuando está dentro de ti.

 

Fin.

Una respuesta a “Carne tierna”

  1. Un relato caliente, caliente. Ideal para leer en la más absoluta intimidad y de paso echar mano de mis juguetes eróticos…
    Umm, el placer es mío.
    Gracias por compartir!
    Saludos

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